Una de las cosas negativas de ser una víctima en recuperación es la cantidad de agresiones que recibes de personas que tampoco están del todo bien. Resulta agotador estar luchando tu proceso y estar empujando fuera de tu vida a gente que hace las cosas mal y no entiende por qué, entre otras cosas, porque no se ha parado a pensar en la parte psicológica que hay detrás de todo esto.
Las víctimas, con toda nuestra definición de persona agredida previamente, somos reticentes a entregar nuestro afecto y observamos mucho a las personas antes de permitir que se nos acerquen. Así, identificamos muy bien a nuestros posibles agresores, entre ellos, a esas personas carentes de autoestima y llenas de inseguridades que necesitan aceptación y afecto con rapidez, antes de que les entre la duda (que su propia mente crea) de que no los quieres porque has sido capaz de ver sus imperfecciones.
En ese último grupo de personas están esas que son simpatiquísimas, dicharacheras y que siempre
tratan de agradar, hasta el punto que encandilan a todos aquellos seres humanos carentes de
personalidad o autoestima que encuentran a su paso. Me refiero a esas personas que, para garantizarse
atención y aprecio, están dispuestas a todo. El típico lameculos, vaya.
De
todos los seres llenos de inseguridad, los lameculos son con los que las víctimas chocamos más veces.
Mientras tu jefe siente deleite por el nuevo empleado que ha llegado hasta él y que le dice exactamente lo que quiere oír, las víctimas les regalamos nuestra
distancia y nuestra observación, lo que los pone muy nerviosos.
El lameculos
no tarda en darse cuenta del agrado que genera en todos menos en la víctima y
su inseguridad remata la situación. “Todos me aman menos ella”, se dice, mientras fluctúa entre las dudas que le generan sus defectos y el odio hacia aquel que ha roto su espejismo de amor.
No pasa mucho tiempo hasta que llega su primer ataque. El lameculos lo lleva a cabo sutilmente. En su afán de
agradar y confiado porque el grupo está admirado con su labor de besarles los
pies, tira el primer dardo. Si consigue atinar en la diana y molestar a la víctima, tendrá una aventurilla que contar a
los demás y las risas seguirán. No dudes que, si la víctima se queja lo más
mínimo, correrá a llorar cual perro apaleado y se revolcará a los pies de sus
amos.
Y así
una y otra vez... hasta que el acoso se desata.
En el
fondo, si no fuera por el daño que hacen, abandonar ese lugar y dejar que tus excompañeros adopten a
ese ser sería justicia divina. Siempre se encuentra cierto placer al ver al bendito lameculos encontrar poco después un trasero más importante y apetecible que
lamer mientras que tu exjefe retorna lentamente a su anterior estado de mediocridad con dos empleados menos.
14/05/2024. Dedicado a una lameculos como cualquier otra.
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