Existen personas que no necesitan a nadie y otras que necesitan apoyarse perpetuamente en los demás para mantenerse en pie cada miserable día. Están esas personas que necesitan ser necesitadas y esas otras que desean ser olvidadas. Finalmente, hay algunas personas que dan por sentado el ser necesitadas por los demás, mientras que otras se creen tan nimias que, hasta cuando gritas pidiéndoles ayuda, sabes que no acudirán porque no se sienten merecedoras de salvar a nadie.
Yo no he sabido nunca qué tipo de persona soy. Nací y se me explicó que ya no quedaba nadie para mí. Mi madre estaba enferma y mi padre era algo abstracto en mi mente, un recuerdo de los demás. Aprendí a quererme yo sola, a ponerme mis propias tiritas, a usar mis propios brazos para envolverme y reconfortarme en la noche mientras me susurraba palabras de ánimo entre las sábanas. Una niña que no tenía hombro en el que llorar ni brazos que la sostuvieran.
Con el tiempo, aprendí que había nacido para consolar las necesidades de otra persona. Se me decían cosas como que yo no importaba, que tan solo importaba mi madre y su enfermedad. Para ello, aprendí a ser despierta, a intuir sus sentimientos y ver sus carencias, todo ello, con el más estricto sigilo de un fantasma. Por aquellos días, yo ya no era más que el recuerdo de un ánima difuminándose en el ambiente.
Día tras día, ser quien calmara las necesidades de otro me pesó como si una mano invisible se apoyara sobre mi hombro, hundiéndome lentamente en el barro y en el lodo que era mi camino al andar. Al final, lo único que deseaba era que esa mano se retirara, liberándome de su carga, permitiéndome respirar.
El tiempo pasó y, un buen día, esa mano desapareció, llevándose su lastre con ella. En ese instante, pude sentir que flotaba, tal había sido el peso con el que había cargado tantos años.
Sin embargo, por más que mi cuerpo liviano recorriera caminos y atravesara mares, el fantasma que era yo no conseguía sonreír.
Lo intenté y lo intenté una y otra vez. Intenté rehacer mi vida, pero, aquellos que hemos aprendido a no necesitar a nadie, somos seres complicados para los demás. ¿Cómo amar a alguien que no te necesita? ¿Cómo corresponder a alguien que no es tu sostén?
Las parejas venían y se iban, decepcionadas y convencidas de mi falta de amor. Pero yo sí amaba y, al verlas irse, se me rompía aún más ese corazón etéreo.
Para proteger ese diminuto órgano que había en mi interior, me dije a mí misma "No os amo, no os necesito" hasta que la herida menguó. Fue así como logré sobrevivir a cada golpe.
A veces, me hubiera gustado saber cómo explicar que estaba rota, que necesitaba que alguien sostuviera mis piezas, que las mimara y reparara, pero daba igual lo que dijera, ellos no podían verme como realmente era. Cada vez que su mirada se posaba sobre mí, veían a ese ser etéreo, solitario y distante en el que me había convertido. Ese ser que les decía que no los amaba y no los necesitaba.
Ya había perdido la esperanza cuando llegaste tú a mi vida. Te declaré insufrible nada más verte. No eras más que un ser despreciable y engreído. No podía entender cómo podías dar por sentado que yo deseaba tu presencia. Me llenaba de odio toda tu prepotencia. ¡Maldita la abrumadora confianza que tenías en ti mismo! Me sacaste de mis casillas, hiriéndome en lo más profundo de mi ser... y, cuando te fuiste, lloré amargamente tu pérdida.
Habías llenado tanto mis huecos, visto tan claros mis defectos, me habías zarandeado sin piedad sin ni tan siquiera achantarte, que fue verte partir y supe que te necesitaba.
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Escrito el 15/10/2022
Foto: Min An, Pexels