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Capítulo 4. La soga

                                             

Es ya 2018, cuatro años después de la muerte de mi hijo, cuando paseo llena de una falsa calma por mi casa. La música se oye por los altavoces de mi salón y esa canción que me hace llorar y me recuerda que ya no estoy en la Nada resuena ahora en mis oídos. 

La canción en cuestión se titula «La soga»3. Dejo que la melodía filtre en mí y escucho esa primera frase llena de ironía: «Encantado de veros bien, sobrepasados y en completo silencio ahora».

Esa es una frase que os puede traer extrañeza o indiferencia, pero, para mí, lo significa todo. 

En realidad, esa frase fue dicha por un terapeuta el día que un grupo de adictos en recuperación celebraban que habían superado las primeras fases para dejar la heroína. Quizá os puede parecer raro que alguien esté sobrepasado y callado en la celebración de un logro así, pero lo cierto es que, cuando la mente de un adicto deja de pensar en la siguiente dosis y el raciocinio vuelve, sentirse desbordado y permanecer en silencio es lo normal. 

No creo que haga falta que os explique que no hay nada que pueda lograr hundirte en la más estricta miseria que volver a tu hogar después de haber escapado de un demonio y encontrártelo destrozado. En el caso de un adicto, tras haber luchado contra el mismísimo Lucifer y salir victoriosos, no es su casa, sino su vida la que encuentran derruida. Es en ese momento de logro en el que se sientan en silencio y repasan todos sus errores en el más estricto silencio, encogiéndose de dolor, vergüenza y culpa.  

Todo buen terapeuta sabe que eso es siempre así.  

Para aquellos que escapamos del Lobo y de la Nada la sensación es la misma. Basta que pongas un pie fuera de la Nada y recuperes el más mínimo vestigio de emoción como para que revises una y otra vez todo en lo que te has equivocado.

Meditando sobre mis equivocaciones, me dejo caer en el sillón mientras la letra de la canción ahonda en mis heridas. Lo sé, he perdido años de mi vida en los que podría haber vivido y ser feliz, he perdido salud y he perdido un hijo. Sin embargo, la peor parte de mi dolor se basa en mis propias recriminaciones. Me he perdido el respeto hacia mí misma, he dejado escapar años sin sentimientos, sin amar, sin besar a mi madre lo suficiente, sin abrazar a mis hermanos y amigos, que se fueron cansados de no reconocerme.

Podéis pensar que con hacerme daño con esos pensamientos me basta, pero no. No solo siento culpa por todo lo que la Nada me ha robado en mi vida, también me odio por haberme adentrado en ella y permitirle que me quitara la posibilidad de luchar. Sé perfectamente que podía haber escapado mucho antes si hubiera sentido la rabia, si hubiera sentido ira, pero en la Nada no se siente… nada.

Una vez repasadas mis heridas, apago la canción y me marcho. Si hay lágrimas en mis ojos, son bienvenidas, existen porque estoy viva, existen porque yo ya no estoy en la Nada. No hay nada de malo en llorar, no soy débil por ello, tan solo soy humana.

Mientras me pongo la chaqueta, finjo una sonrisa y me animo a mí misma por mis progresos aceptando mi realidad.

Al cabo de un rato, camino haciendo mis tareas. En ese momento, estoy en un supermercado comprando las escasas cosas que necesita una persona sumida en la soledad. Con ese paso cansado que me acompaña siempre, me dirijo hacia las estanterías de conservas y comienzo a discutir mentalmente sobre si prefiero tomate frito o natural para hacer la pasta que voy a comer ese día.

Todo parece bastante aburrido y decadente, cotidiano quizá, pero no hay nada de normal en lo que me está pasando. El dolor sordo, que acompaña a mi corazón desde hace años y que irradia por mi espalda cambia de patrón súbitamente para convertirse en un dolor agudo que siento como una aguja atravesando mi hombro izquierdo.

En cuestión de segundos, mi corazón comienza a latir tan fuerte y rápido que siento que el esternón o la columna van a rompérseme en cualquier momento. Por fortuna, mis reviviscencias –se llaman así las memorias que emergen de tu mente para torturarte con el pasado– son efímeras y se desvanecen rápidamente, dejándome confusa en el pasillo de ese establecimiento mientras una extraña rabia crece rápidamente en mi interior.

Es obvio que estoy perdiendo el control de mi cuerpo, pero mi raciocinio se mantiene y me dirijo hacia la zona de cajas. Mientras camino, me repito a mí misma que, aunque quiero dejar escapar la ira y destruir todo a mi paso, voy a pagar mi compra y me voy a marchar de ese sitio tranquilamente.

Es entonces, cuando alcanzo una caja vacía y voy a dejar las cuatro cosas que quiero adquirir, cuando un hombre realiza un sprint digno de un medallista olímpico y, el muy caradura, se cuela.

Ese estúpido gesto egoísta desata la frustración en mí, pero trato de contenerla. A esas alturas, mi espalda está cubierta de sudor frío y un pitido agudo, que indica que mi presión arterial está por las nubes, atraviesa mi cabeza.

En cuanto el hombre paga, dejo las botellas sobre la cinta transportadora de la caja y tengo que admitir que, en mis recuerdos de esta escena de mi vida, no me veo a mí misma dejándolas de malas maneras o con mayor fuerza o ímpetu que cualquier otro día. Sin embargo, el cristal revienta en mis manos al golpear la cinta, dejando cristales y líquido esparcidos por la caja.

Ante ese hecho, me miro distraída un feo corte que ha aparecido sobre la palma de mi mano mientras la sangre gotea sobre la negra cinta. La cajera, sin mover músculo alguno de su cara, reacciona con diligencia ante el contratiempo y saca un trapo con el que limpia los restos de las botellas y el líquido. Después, me entrega un pañuelo para el corte, pasa mi compra y me cobra. Todo ello, en el más estricto silencio.

Un silencio que se ha extendido por las cajas de alrededor.

Tras meter mi exigua compra en una bolsa, camino dejando gotas de sangre a mi paso hacia el exterior del centro comercial, en busca de mi coche. Todo aquel que se cruza conmigo, se aparta a mi paso.

Cuando me despierte de mi hechizo, tendré que admitirme que mi cuerpo estaba tan lleno de ira que debía estar emitiendo una especie de aura a mi alrededor, una tan amenazante e imprevisible que nadie osó desafiar poniéndose en mi camino.

Al llegar a mi coche, hago un nuevo un alarde de contención de ese pequeño Hulk que me está creciendo dentro y guardo la compra con gestos eficientes, arranco y conduzco apenas treinta metros por el aparcamiento hasta una zona alejada y más despejada de coches.

Allí, tras apagar el coche, dejo que la olla a presión que soy explote. Sin saber qué hacer, hago lo único que se me ocurre para liberar toda la adrenalina que empapa mi cuerpo y me pongo a gritar con los gritos más desgarradores que me he escuchado en mi vida.

Después, cuando me quedo afónica, consigo romper a llorar y siento que la ira se ha apagado un poco dentro de mí, respiro hondo y me atuso el pelo. Sin otra posibilidad que fingir que nada de lo que ha pasado ha pasado realmente, conduzco de vuelta a casa. 

Como ya he explicado antes, el TEPT puede aparecer en la vida de una víctima entre seis meses y años después de haber sufrido el evento traumático. Imaginad lo que es para ellas escapar de su pesadilla, luchar por volver a recuperar la ilusión por la vida y, cuando lo estás consiguiendo, darte de bruces con una secuela que no esperabas y que no puedes controlar de forma alguna.

En mi caso, el TEPT llegó a mi vida para quedarse y, cruel, fue desmontando todos los pasos que había dado en mi recuperación. Pronto, me di cuenta de que mi vida ya había acabado, que no escaparía nunca de él. Es a él, al TEPT, al que le debo haber estado cerca de la muerte dos veces.


3. The Noose (canción). A Perfect Circle (grupo). So glad to see you well, overcome and completely silent now (la frase que se menciona).


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Nota de la autora: el tratamiento recomendado para el TEPT por el CDC (Centro de Control de Enfermedades de EEUU) es una terapia llamada EMDR. En español, las siglas se refieren a «Reprogramación Mediante el Movimiento de los Ojos». El EMDR es una terapia enfocada a tratar el trauma y, aunque está bastante extendida en España, no se oferta a través de la Seguridad Social, por lo que las víctimas tienen que descubrir su existencia y abonar las sesiones ellas mismas.

 

Escrito el 08/04/2022 

 



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