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Capítulo 7. La mujer siria

 

No sé muy bien como contaros lo que ocurrió en 2009. Simplemente, ejercí de chófer y, de repente, estaba en la puerta del local que regentaba aquella mujer de origen sirio.

No fue un día alegre. En realidad, fue el día en el que comenzó el final de mi vida. De ahí en adelante, fue como si el reloj del destino, de mi destino, se pusiera en marcha y una campana resonara dentro de mi cabeza, recordándome que debía seguir los pasos obligados de mi vida.

Ese día, recuerdo haber entrado en ese local con mal aspecto y con poca luz. También, recuerdo el cartel en el mostrador en el que ponía que tan solo costaba diez euros hablar con ella. Lo miré con indiferencia porque, aunque diez euros estaban a mi alcance, no había ido allí para eso.

Sin embargo, al sentarme a esperar en ese local oscuro, noté su mirada sobre mí y algo se revolvió en mi interior. 

Era joven, era normal, ni guapa ni fea, pero no estaba rehaciendo mi vida después de la ruptura con mi ex. Me había quedado congelada emocionalmente desde que había salido de esa casa que habíamos compartido tantos años.

Inconscientemente, me rasqué la herida que la banderilla que llevaba clavada en el lomo dejaba. Lo sabía, sabía cuál era mi problema: no quería volver a amar porque no quería volver a sufrir.

Así que, en un impulso, busqué en mi monedero diez euros y me acerqué a su mesa con la pregunta en la mente. Esa pregunta que es la pregunta del millón, la de si iba a conocer a alguien pronto que me devolviera la esperanza en el amor.

El problema es que nunca llegué a formularla. Cuando tomé asiento en la silla frente a ella, perdí la motivación, sentí vergüenza por mi infantilidad y me olvidé del tema.

–¿Qué quieres saber? –me preguntó ella con un acento extraño que aún recuerdo hoy.

–No sé, cualquier cosa –contesté, indecisa y empezando a recriminarme lo estúpida que era al creer en falacias.

Por un instante, la idea de que me contaría que conocería a un hombre guapo y millonario, como cuentan todas esas mentirosas, pasó por mi mente. Ojalá hubiera sido así.

La mujer barajó las cartas y, sin mirarlas, empezó a colocarlas frente a ella. Pensé que las miraría en algún momento, pero, mientras las palabras iban saliendo de su boca, sus ojos permanecieron desenfocados, mirando por encima de mi hombro.

–Tres. Tres cosas para que me creas –dijo, sumida en su trance–. Una. Tu madre te espera siempre en su casa sentada en un sillón.

Eso era cierto. Mi madre tenía tanta artrosis en las rodillas que lo más que alcanzaba era a responder al telefonillo, dejar la puerta abierta y esperarnos a que subiéramos a su casa sentada en el sillón.

–Dos –continuó implacable–. Tú padre está en el hospital, pero según salgas por esta puerta te van a llamar para decirte que se va a casa.

En ese momento, se me congeló la sangre. Mi padre estaba en el hospital por una septicemia. Ya estaba bien, pero esperábamos el alta para el día siguiente.

–Tres. Tu problema es que piensas que nadie te quiere –la mujer negó con la cabeza mientras atrapaba los pensamientos–. No es eso, quererte te quieren, pero no te quieren bien. Esa es una lección que tienes que aprender.

Tiempo después, aprendí que la envidia es una forma de admiración mal llevada. Que los celos, son una muestra de inseguridad ante tu brillo. Que brillar demasiado te hace llamar la atención y atraer cosas malas. Tiempo después, aprendí a fingir que no brillaba.

Supongo que a esas alturas debería de estar aterrada con lo que salía de la boca de esa mujer. Sin embargo, con esa forma de mantener la calma y desvestirme de sentimientos que me caracteriza, aguanté en mi posición mientras ella barajaba de nuevo con esa mirada perdida.

Una vez colocadas de nuevo las cartas, empezó su retahíla. Ahora sí, hablándome de mi destino.

–Sé que hoy has venido aquí a que te hable del amor, pero no puedo. Hay algo que ya ha empezado, aún es algo sutil, pero irá creciendo poco a poco. Es algo que ocurre en tu trabajo. Ese algo crece fuera de ti, pero, también, dentro. Poco a poco, va a ir mellándote. Vas a perderlo todo: tus amigos, tu familia, todo. Te veo sola en la oscuridad un año completo...

La mujer se tomó un segundo para respirar.

–… luego, tienes un hijo que no tienes... –dijo.

Esa es, desde luego, una forma sutil de decirte que vas a perder un hijo. Señaló una carta sin mirarla, para indicarme que ese hecho estaba allí.

–… siete años caminas en el infierno hasta desear morir...

Volvió a tomarse un instante para seguir emitiendo esas frases que no entendí y que me sonaron absolutamente absurdas.

–… hay una especie de juicio que son tres. Tienes que ganarlo, es muy importante que lo hagas, porque La Rueda de la Fortuna solo girará para ti cuando lo consigas...

La mujer entrecerró sus ojos un instante, navegando, imagino, en mi futuro.

–…te dan un dinero y un puesto mejor para pagarte el dolor. No cambias de trabajo, pero te vas y vuelves. Al final, estas en otro edificio, un sitio más pequeño. En ese sitio hay hogar, hay familia. Trabajas hasta que eres muy mayor y, cuando seas tan mayor que ya no puedas trabajar más, entonces, te retiras. Cuando te retires, te llega el olvido como a tu madre...

En ese momento no entiendo lo que significa, pero tiempo después llega el diagnóstico de Alzheimer de mi madre y ese comentario me dará mucho que pensar.

–… nada más ganar el juicio, cuando ya no necesitas dinero, vas a tres entierros y recibes tres herencias...

No siento que me lo diga por el dinero de las herencias, sino para hacerme ver que serán tres personas seguidas muy cercanas como para dejármelas.

–… la rueda gira para ti con la victoria y trae dinero y alegría, pero llevarás tanto tiempo sola y en silencio que vas a necesitar descansar e ir poco a poco aceptando las cosas buenas...

La mujer continúa implacable.

–… después del juicio, cuando ya piensas que no podrás ser madre, hay un niño que son dos...

–… hay un chico que no es y uno que sí... tú decides. Uno de ellos se parece a tu expareja en carácter.

Extrañamente, se me escapa un «¡Pues vaya mierda!» sin querer. Es normal, vienes huyendo de algo y la vida te lo trae de nuevo.

–… no hay enfermedad en ti, aunque con el tiempo hay dolor de huesos y vista cansada de tanto escribir... hay un proyecto personal que quieres conseguir... sale bien, pero, al principio, nadie te presta atención. No te desesperes, ese momento de silencio es un regalo para que primero te llegue el amor. Cuando ya haya amor en tu vida, entonces es cuando te publican el libro.

–… no vuelves a estar sola...

Eso es todo lo que os comparto. Algunas cosas me las guardo para mí porque yo acepté saber el destino, pero las personas que me rodean no y, aunque yo fui una inconsciente en 2009, ahora sé que saber tu destino es algo más complicado de lo que yo creía entonces.

En 2009, sin embargo, toda esta retahíla de sandeces me hace dejar los diez euros sobre la mesa y marcharme enfadada de ese local. En ese momento, nada de lo que me ha dicho me cuadra. Yo no tengo ningún problema, tengo treinta años, soy joven y hace nada que he conseguido ese trabajo nuevo. Vale que no estoy recuperándome de mi ruptura con mi ex bien, pero lo haré. También es cierto que en ese nuevo trabajo la gente es muy imbécil, pero no tanto como para que yo acabe deseando suicidarme. Es más, he quedado con mis amigos para subir a la montaña esa tarde… no planeo quedarme sin amigos, llevamos muchos años juntos.

Cuando salgo por la puerta y camino hacia el coche, me suena el móvil. La llamada es del hospital y la voz del médico me dice que mi padre será dado de alta esa misma tarde. Quizá porque ha acertado en algo, al llegar a casa, abro mi diario y escribo esa surrealista predicción que me ha entregado al completo.

No es hasta 2012, cuando todo se vuelve oscuro y los amigos empiezan a abandonarme, cuando empiezo a pensar que, realmente, puede que esa mujer siria tuviera razón sobre mis problemas en el trabajo.

Para 2014, me muerdo el labio, preocupada. Sé que, si intento tener el bebe, lo perderé. No sé si entendéis lo complejo que es perder un hijo en 2014 que en 2009 ya sabías que iba a morir. Me recuerdo a mí misma diciéndome que no iba a ocurrir, sonriendo ante cada revisión en la que me decían que todo estaba bien y venía perfecto. No sabéis la de veces que me dije que me habían contado mentiras para sacarme el dinero, pero ocurrió. Bastó que me denunciaran en falso en el trabajo y mi cuerpo empezó a hundirse.

Después de eso, me quedé ensimismada, tratando de buscar cómo desafiar al destino y no dudéis que lo intenté. Intenté marcharme de ese trabajo y contrariar su frase de que me quedaría, pero no pude aguantar el ritmo de mi nuevo trabajo en la privada, enferma como estaba, y volví. Así cumplí su predicción de irme y volver después. 

No fue eso lo único que intenté. Intenté ser madre de nuevo, intenté encontrar el amor, intenté recuperarme, hasta intenté resistir la tentación de denunciar mi caso. Todo, con tal de que nada pasara como ella me había dicho que iba a ocurrir, pero por mucho que intentaba escapar a los raíles de mi destino, no lo lograba.  

Fue el día que planeé suicidarme, el día que hice las paces con ella. Fue cuando iba a morir cuando leí de nuevo la predicción y vi que había futuro aún para mí. No sé si dejé las pastillas a un lado porque tenía esperanzas de que algo bueno ocurriera al final, o si lo hice porque tenía miedo de que, aunque me tomara esas pastillas, no alcanzaría la dosis letal y mi destino me castigaría haciéndome vivir y trabajar hasta una edad avanzada, tal y como ella había predicho 

¿Lo habéis pensado? ¡Menuda mierda! ¿Quién quiere saber que estará trabajando hasta los setenta?  

Así que, no me tomé las pastillas. No quería despertarme en el hospital después de un lavado de estómago.  

Fue el año pasado, ya en 2021, cuando conseguí aceptar todo lo que me había pasado y volví a visitarla de nuevo. Una vez allí, me preguntó si necesitaba algo y le dije que no. A esas alturas, había aprendido que saber el destino no es algo bueno. Sin embargo, me acerqué a ella y le di las gracias por salvarme la vida. Si no hubiera tenido la predicción, habría perdido la esperanza de llegar al final de esta historia. Así que, en realidad, fue ella la que me salvó.

Ahora que ya estoy en mi tercer juicio, esperando esos tres entierros antes de que La Rueda de la Fortuna gire por fin para mí y traiga felicidad con mi victoria, tengo la duda sobre si, en mi destino, estaba escrito que en 2009 visitaría a esa mujer para que pudiera salvarme la vida o si fui allí aleatoriamente por decisión propia.

¿Hay algo de aleatorio en mi vida o soy como un tren que no puede abandonar los rieles que marcan su destino?

Dejo la historia aquí porque, como podéis imaginar, esto da para una disertación compleja.


Página siguiente: Capítulo 8


Escrito el 11/04/2022.


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