Es ya abril del 2022 y estoy sentada en una banqueta en la cocina de mi
casa, viendo el vaho que emite un té escapar de la taza mientras me pongo al día
con los mensajes de voz que han ido entrando durante el día en mi teléfono.
El primer mensaje, puesto en manos libres, resuena en los azulejos
blancos de la habitación a la que doy el primer sorbo. Es de un compañero del
foro de víctimas en el que estoy desde hace tiempo. La voz con acento mexicano
de uno de mis amigos del foro me habla desde lo que parece el interior de un
coche avanzando entre el tráfico. Me da las gracias porque leer mi carta al
ministro le ha ayudado a tener fuerzas para hacer público su caso y ahora se
siente mejor, se siente más fuerte y cree que se ha protegido de su lobo. Hace
un inciso en su discurso y puntualiza su frase afirmando que, bueno, en
realidad se ha protegido contra posibles reprimendas administrativas, pero su
lobo aún puede encargar su asesinato. Hablando de México, no es de extrañar esa
posibilidad y eso despierta en mí miles de preocupaciones.
Cuando el mensaje se acaba, lo pongo de nuevo porque quiero escuchar otra
vez la forma en la que me cuenta la posibilidad de que lo maten de un tiro en
cualquier callejón. Especialmente, quiero escuchar el deje de su voz. Tal y
como sospechaba, su voz no transmite ni miedo ni esperanza, sino una especie de
dejadez e indiferencia ante el hecho de su muerte. No es algo raro y no me
sorprende hablar con otra víctima que me habla de su muerte como yo lo hacía
años atrás, con la total calma de que, si llega, será bienvenida.
Grabo un mensaje de voz para él en el que le digo que me preocupa mucho
lo que me está contando y que lo seguiré un poquito en redes y por mensaje para
ir viendo que está bien. Discretamente, lo regaño un poco y le digo que no
tiene que estar tan bajo de ánimos, que en el foro estamos ahí para cuidarnos y
que seguro que su vida irá encauzándose hasta volver a ser la que era antes.
Por supuesto, le digo que ni loco piense en descansar, porque tendrá mucha vida
por delante.
Es curioso, pero al terminar el mensaje me he dado cuenta de algo. El
foro ha creado un rebaño de víctimas, víctimas que estaban solas y abandonadas
por sus propios rebaños y, ahora, vuelven a tener un grupo que les ayuda a
protegerse del Lobo.
Después de ese mensaje, escucho el siguiente. Es la voz de mi hermana, con
la que volví a hablarme hace apenas un año. Su voz modulada me habla sobre mi
madre, sobre su deterioro en el Alzheimer y su cercana muerte.
«Tres». Replica mi mente en silencio. «Una de tres».
Al igual que he hecho antes, grabo un audio para ella repitiéndole las palabras que la mujer siria me dijo en 2009: «Tres juicios y tres entierros. Si no he podido evitar nada de lo anterior, no voy a poder evitar esto, que es ley de vida».
Mi madre está muy deteriorada ya, no habrá hados interviniendo en
esto… simplemente, su hora se ha ido aproximando con lentitud para coincidir con la predicción.
Me levanto y camino por la casa para leer de nuevo la notificación del
juzgado que me ha llegado hace apenas unas horas. Mi segundo juicio queda
paralizado. Una de las partes no es juzgable en esa sala y necesitamos iniciar
un tercer juicio para resolver primero ese detalle y, luego, volver a la sala a
la que estábamos y terminar ese segundo juicio.
Extrañamente, si ganara esos dos juicios, mi primer juicio, el de la sala
penal por acoso, también podría reabrirse.
No sé si entendéis lo que eso significa. Significa que después de ocho
años peleando, ocho años en los que se me ha ido cercando y se me han ido
cerrando todas las puertas, de repente, puedo ganar tres juicios a la vez.
«Tres juicios y tres entierros», me repito con calma. Repaso las palabras exactas que dijo la mujer siria y sé que no llegaré a ganar los tres juicios. «… hay una especie de juicio que son tres… te dan un dinero y un puesto mejor para pagarte el dolor». Me parece una locura por su parte aceptar el reto que supongo y enfrentarse a perder tres juicios seguidos y que quede por escrito todo lo que me han hecho. Si fueran sensatos, se plegarían y buscarían un acuerdo entre partes… si fueran sensatos… que no lo son.
Al menos, mi situación actual en el trabajo ha cambiado abrumadoramente. No puedo decir que me estén tratando mejor laboralmente, en realidad, sigo estancada y aburrida, pero, ahora, al pasear, las sensaciones son totalmente distintas a cuando «El Perro» gobernaba todo allí. Las caras de mis compañeros, por ejemplo, han ido cambiando.
Hace años, me encontraba esas risas sardónicas y esas miradas dañinas. Sin embargo, poco a poco eso ha ido mutando.
Primero, esas caras se llenaron de enfado cuando se dieron cuenta de que, aunque «El Perro» se había marchado, yo mantendría mi demanda. No sabéis la mala elección que es abandonar un puesto cuando estás pendiente de un juicio y dejar a otras personas tus problemas. «El Perro» cometió un error al irse, uno grande.
Después, poco a poco, el enfado se fue apagando. Sin el líder, la jauría se disgrega poco a poco y los motivos para atacar se van difuminando hasta desaparecer. De repente, los perros rabiosos se dan cuenta de que no recuerdan por qué comenzaron a atacar y, en esa pérdida de discurso, espero, llega la vergüenza y la culpa.
Digo «espero» porque no tengo fe en esa última parte. Para mí, la jauría es una causa perdida.
Tengo que admitiros que escribo estas últimas líneas porque aún es abril
del 2022 y la semana que viene daré mi último golpe judicial.
«Tres.
Tres juicios y tres entierros».
Creo que no estoy preparada para lo que se me viene encima. Nunca pensé que conseguir la victoria para mi caso, después de tanto tiempo, se empañaría y se convertiría en la señal que marcaría el siguiente paso de mi destino, la despedida de tres personas queridas.
Por una extraña razón, desde que el «El Perro» salió de mi vida allá en mayo del 2021, he sentido la extraña necesidad de escribir. Sin saber cómo, tuve letras suficientes para escribir un libro, uno que se llama «La Rueda del Destino».
Esa rueda que estoy esperando gire para mí después de tanto tiempo. Ya casi puedo oír sus engranajes chirriando, deseando poder abrazar el movimiento.
Os mentiría si no os dijera que estoy suspirando mientras pienso en cerrar este relato con un punto. ¿No os parece que, siempre que pensamos en saber nuestro destino, pensamos que lo que se nos dirá es bueno? ¿Por qué la gente siempre espera felicidad al final del camino cuando tu destino puede estar lleno de altibajos?
Me repito mis pasos antes de escribir el punto final de esta historia: un acuerdo para tres juicios, tres entierros, encontrar el amor, el libro.
Escrito el 12/04/2022.
